La sal en mi cuerpo

Con mucho cariño para Celene
Foto: Don Fer


La sal carcome pero también conserva. Mi vida era salada. A últimas fechas sentía un frió que atravesaba mi piel y llegaba a mis huesos. Dolía y demasiado pero me estaba acostumbrando. Era como si de repente mi ser se desfragmentara dejando entrar por cada hueco de soledad una corriente de aire insalubre, mal oliente y helado.

Recuerdo la última vez que esto pasó: me encontraba en la calle saludando con la mano extendida a todos aquellos que transitaban en su automóvil por la ruidosa y alegre avenida. Me miraban y solo algunos respondían a mi cortesía, más por lastima que por correspondencia, pues en sus rostros se asomaba un dejo de tristeza.

En un instante me vi tumbado en el suelo y nadie me ayudaba. Todos pasaban mirando sin ver, apurados por la cotidianidad de la vida misma. Mi cuerpo se desfragmentaba y una lagrima se asomaba en mi rostro, algunos aventaban alguna moneda al suelo que me recibía con su textura rasposa y su mal olor.

Lloraba y gritaba, la gente se alejaba de mis lamentos. Me dolía mucho, el frió había llegado ya a mi corazón y lo estaba cristalizando para después romperlo. Me vi solo y empecé a platicar conmigo alejando un poco el sufrir. Suplicaba que cesara, que todo parara…

Fue cuando vi tu mano extendida como queriendo ayudarme. La sujete aferrándome fuerte, dándome cuenta de que la sal también conserva pues ese instante jamás de mi mente se olvidara. Estaba por diluirme completamente en el torrente galáctico de la vía láctea terrenal cuando por fin, carajo, por fin me encontré a mí y cuando gracias a dios te encontré a ti.

Aún llevo vida de sal. En mi último viaje al espacio conocí a un joven que curtía sus pieles crudas con tan importante compuesto. Lo urgí a que aplicara sus menjurjes sobre mi, a que me curtiera y sabiamente me dijo que un poco de sal vivía dentro de cada uno de nosotros: lo difícil era encontrarla y usarla como conservador del alma, de los recuerdos, del corazón mismo.

* * * *
Nos encontrábamos comiendo en un restaurante de la ciudad de México. Ella me miraba melancólica como siempre.

- Tomas la sal con la mano, me pregunto
- Por supuesto, no soy supersticioso y tú
- Tampoco.

Cuando recibí la sal comencé a desfragmentarme en partículas pequeñas: no había frió, al contrario sentía una felicidad absoluta cuando ella evitó que cayera al suelo arropándome en sus finas y delgadas manos… Desde esa ocasión no soy el mismo. He aprendido a arropar recuerdos incurables, angustias y momentos salados.

Don Fer
Junio – Julio 2007