Analogía entre la puta y el escritor

Soy tan libre de espíritu que por las noches recorro grandes distancias montado en mi caballo gris de cuatro cilindros, totalmente lunático, alcoholizado y tal vez hasta ensoñador y un poco carismático. A veces busco a mis amigas las putas de la colonia Guerrero o a mis guerreros los yonkis del inframundo.

Disfruto del aire helado que choca en mi rostro conforme aumento la velocidad, lo corta y hace que mis labios se tornen fríos y rasposos. Me burlo abiertamente de los guardianes del orden que solo me miran con cara cuasi depresiva, quizá adivinando o elucubrando mi destino.

Y me meto a hoyos cual topo. No hay otra forma de describir los mundos que aunque visibles y tangibles son siempre subterráneos. Sigo a un ente que a mi vista parece divino el cual abre puertas laterales que ceden a un leve empuje explorando lo que hay detrás: cuerpos desnudos, sudados, mal olientes copulando, fundiendo sus células a través de su aliento y líquido vital.

Ella me lleva de la mano apresurada, encontramos un cuarto del cual un intruso sale despavorido: una rata negra de un metro de largo que muestra sus colmillos harto enojada por nuestra osada curiosidad, dejándonos una cama caliente poco reconfortable y llena de chinches.

Y nuestros cuerpos se tumban uno al lado del otro para mirar el techo en donde yo veo lo que debe ser la superficie… Muy lejana. Inhalamos y exhalamos el humo del cigarro de coca mezclado con mariguana que compartimos: nos estamos besando a través de él.

Ella se desnuda mostrándome su blanco y cadavérico cuerpo producto de la falta de luz. Mi corazón late rápidamente excitado pero se detiene de golpe al escuchar son sesenta pesos.

Y abre sus piernas y un olor fétido se eleva del centro mismo de la creación. La penetro con mi miembro poco erecto y un gas comienza a invadir el ambiente, lo percibo, huelo y deduzco que es letal. La abofeteo por tan insolente acción, la corro del cuarto. Quiero intoxicarme solo, una puta no merece morir.

Cuando salgo me doy cuenta de que los seres noctámbulos, aquellos diablos consentidores de vicios me observan. Huyo tratando de desaparecer de sus ojos radiantes pero uno de ellos me alcanza, con una patada en los talones me tumba en el suelo rasposo, se monta sobre mí y me besa calidamente en la boca tocándome el cuerpo como tratando de vislumbrar un orificio, algo por donde pueda meter la magia que trae consigo. Después de forcejear un rato me introduce una línea delgada de polvo blanco por la nariz… cuando la aspiro sé que estoy preparado.

Y salgo a la superficie, nuevamente al aire. Pero aún siento que me falta más-siempre hace falta más-. El recuerdo de ella sobre mi cama me sobrecoge, me reanima a seguir husmeando por abajo.

Después de algunas cervezas en algún otro hoyo y de recorrer una distancia no muy grande la encuentro en una esquina cercana a Tepito y desde que la veo, a lo lejos, se que ella simboliza perfectamente mi placer, mi perversión más lúdica y que hoy explotaremos juntos algunas minas de oro… o tal vez de plata.

Me pregunta si la voy a golpear nuevamente, le contesto que no lo sé y ella con ojos de infinita tristeza quiere que le diga que sí, pero no estoy dispuesto a lastimarla, no quiero ver su sangre derramada sobre nuestras sabanas underground casi blancas. Sé que a ella le gusta que la golpee y me dice que por eso me cobra sesenta pesos, me dice que un día la matare y yo le contesto enérgicamente: ¡No! Una puta no debe morir.

Y vamos a otro hoyo en donde en lugar de ratas colmilludas, perros famélicos nos miran con ojos lastimeros… Y quiero tumbarme a su lado y abrazarlos y decirles que todo irá mejor y no lo hago pues ella me apresura con su mano para que la siga. Siento como una lágrima recorre mi mejilla.

Ya dentro de nuestra habitación ella golpea mi rostro y me gusta. Saca de su bolsa lo que yo imagino será un revolver, pero ¡oh! sorpresa son anfetaminas y cocaína.

Me gustas, me dice.

E intercambiamos: ella me mete sustancias y yo le ofrezco mí miembro el cual me cuesta trabajo meter. Y así copulamos nos drogamos y soñamos.

Cuando despierto ella me mira llorando y me dice que soy tierno por las palabras dulces que le digo: una puta no debe morir. Después de un momento le espeto: pero un cabrón como yo sí.

Y le imploro desesperado que me mate. Quiero que este momento sea el último; deseo descansar con su olor impregnado a mi cuerpo por toda la eternidad.

Pégame hasta dejarme inconsciente y después con una daga extrae mi corazón y dáselo a los perros del pasillo - le digo. Ella con cara de asombro me pregunta a que me dedico… soy escritor, le contesto casi llorando.

Medita un rato, una eternidad, sus ojos me miran con simulada indulgencia, me toma de la mano y suelta la carcajada más estruendosa y diabólica que haya escuchado para después casi gritarme: ¡Un escritor no debe morir! ¡Un escritor no debe morir!

Cuando volteo para mirar sus ojos ha desaparecido.

Don Fer.
No dejare de colorear mi vida, la tuya misma
Don Fer
Y resistir; y bailar, y ...

Don Fer
Espero que hundiendome en la plata, salga revitalizado, y un poco brillante.

Don Fer



¿Vendran tiempos mejores?


Por lo menos espero que sean verdes...

Don Fer