Ian Curtis

Me siento solo en el gran teatro. Las luces iluminan con sus destellos multicolores a todos los demás. Estoy arrinconado y aunque soy parte del espectáculo ya no participo en él. Lo decidí después de haber enfrentado las risas, reproches, burlas y abucheos. No soporto el escenario ni a mis compañeros complacientes con sus risas forzadas.

Lo mejor será actuar para mí, complacerme mostrando mis instintos más salvajes y contradictorios. Me han cansado los aplausos forzados, las elocuencias positivas e hipócritas. El melodrama del mundo va bien para la mayoría, para aquellos que necesitan las luces sobre sus rostros y los aplausos de los demás para sentirse vivos; ellos se encuentran en el círculo obligado de la vida y eso les va como un traje hecho a la medida. Yo deje de girar en él hace mucho tiempo ya. Lo intente y fracase, no estoy hecho para este mundo y sus complejas abstracciones morales y objetivas.

En alguna ocasión una luz se enciende en mi corazón y parece guiarme, cual apuntador, hacia los demás artistas. Y me dejo ir aunque sea fugazmente. Ellos no se dan cuenta pero por un momento mi fútil espíritu se une a sus corrientes cuerpos. Y por un momento me siento bien, todos los sentimientos que guardo en mi alma aparecen exacerbados e iluminados y los manejo de la mejor manera. He amado, odiado, sufrido, creado y guiado a la vez, más esto parece no importar a los demás que solo siguen viéndome como uno más. Nunca nadie se dará cuenta de la diferencia entre un actor del mundo y uno del espíritu, de la soledad y la otredad.

La carpa se cierra y se abre constantemente pero siempre se da el mismo espectáculo: ellos queriendo quedar bien con los otros, violando constantemente lo que humana, tierna e inocentemente llaman sus ideales. Y el público aplaude por no saber hacer otra cosa. El gran dilema de la humanidad es que los actores no saben su papel principal en la vida. Siempre siguen y adoptan el que va mejor con el momento, con el que pueden hacer reír o entristecer al otro. Siempre quedando bien, siempre.

Se ha perdido el dramatismo que implica el arte, se ha difuminado el sentido innato de desenvolverse con libertad. Ahora la vida se ha vuelto demasiado vulgar, muy estereotipada y material. Se ha dejado de lado el espíritu, la magia que conlleva seguir los instintos más salvajes y momentáneos.

Pero adelante. Seguid humanidad, el maquillaje les va bien, los atuendos brillosos y de última moda les asientan a la perfección. Dejadnos solos a aquellos pocos espíritus que vagamos por la noche riéndonos lastimosamente de ustedes.

Si tan solo pudiera quedarme con una mirada sincera de amor, odio, rencor, tristeza o de cualquier sentimiento veraz podría irme en paz, pero todo es actuado… Seguid humanidad, que la inmortalidad es para unos cuantos.

Yo me quedo en mi teatro mágico solitario, siendo mi único espectador, riendo y sufriendo para mis adentros. Si alguno queréis entrar a esta carpa recuerde solo una cosa: jamás saldrán y si lo llegasen a hacer saldrían locos… Yo ya lo estoy.

Don Fer.
Agosto 2008

En la carpa…