La vagabunda

Comparto con ustedes un cuento que escribí en mis tiempos ceceacheros....
Disfrutenlo.....
Comentarios y críticas a: autogestion_creativa@hotmail.com
Foto: Don Fer in CU

Para aquella bella mujer que conocí en ese lugar frío y gris.
Para algunos eres repugnante, para mi hermosa.

La creación de la calle.
Inexperta de vida
vagando y viajando
En la urbe de hierro
.

Tus huesos sedientos
de cerveza, sentimientos
absolutos de soledad
tú inspiras la más
perfecta maldad
.

Los irreparables sueños de una realidad
confluyen en un edificio con ganas de caer,
absoluto rencor de la vida misma que solo muestra
su deterioro y pesadez en tu rostro y carácter.


Vagabunda es la palabra,
creación inmersa en los ajenos.
Es la sabiduría de quien utiliza
el instrumento del engaño y la bondad.

¡Ah maldita mentira!

Era un lugar ubicado en el centro de la ciudad, una vecindad en la cual podías adquirir desde un buen libro, una foto instantánea o una buena y helada cerveza que podías tomar al momento. Por lo regular yo asistía a esto ultimo pues en esos tiempos se me hacia demasiado ostentoso el pagar una bebida en un bar al doble de su precio. Prefería sentarme en aquellas escaleras de mármol frió y beber por un precio razonable.

Nunca fui solo, siempre me acompañaban los amigos de parranda o bien aquellos los cuales se veían obligados a hacerlo al realizar un trabajo escolar o al ir a comprar algo por la zona juntos.
Siempre recurría al clásico ¡Hechemos un refresco! Frase que se convertía en horas y horas de cerveza helada, sentados siempre en aquellas viejas escaleras.

Al entrar lo primero que encontrabas era ese altar dedicado a la Virgen Maria, con sus flores cochambrosas de mugre, sus rosarios colgados y una veladora que nunca se apagaba y cuyo vaso, negro ya por el humo, despedía un olor nauseabundo.

Entrábamos por un pasillo en el cual solo cabía una persona a la vez. Del lado derecho encontrabas una librería en donde los textos abundaban y en donde señoras con cara de preocupación compraban algún libro de matemáticas para aquel hijo que estudiaba en el deplorable sistema educativo mexicano. Junto a ella, ellos y tú, pasaba yo con mi cerveza y recorría con mi vista y olfato aquel corredor que había cruzado ya muchas veces y que sin embargo me era imposible desapercibir.

Adelante se encontraban los baños que nunca dejaron de despedir ese olor agrio y ácido propio de los desechos humanos y que a la mayoría repugnaban. Enfrente se encontraba el estudio fotográfico, un cuarto pequeño en donde un señor de lentes y cara arrugada siempre nos observaba cuando entrábamos; algún día ese viejo me había invitado a pasar a su lugar de creaciones, en donde yo observe durante largo tiempo como retrataba a la hija de doña guera propietaria de las escrituras de aquel lugar del cual un pedazo se caía siempre que iba.

Dando la vuelta se encontraban aquellas escaleras que alguna vez debieron ser majestuosas y por las cuales debieron de bajar y subir infinidad de personajes reales. Ahora solo servían para albergar decenas de individuos que llegábamos y nos sentábamos a sentir el frió que el mármol provocaba, a beber, escuchar anécdotas, entristecerse, viajar, dormir y pelear.

Recuerdo que conocía a varios de los vagabundos que se daban cita para conseguir un trago o para dormir solamente un rato fuera de las calles de la Ciudad de México. Conocía también a los rateros que después de robar algo se adentraban corriendo a sus habitaciones y solo nos decían ¡Chiton ¡ Alguna ves me leyeron la mano, otra me pusieron un alacrán y me limpiaron la mala vibra; un chaman viejo me contó sobre su viaje en el desierto con peyote; una mujer me beso; alguien me ofreció droga; otro más me ofreció papeles de identidad, la cartilla liberada, una licencia y hasta un carro. Así era el ambiente de la Maldita Vecindad como todos le llamábamos.

Cierto día llego ella, vestida con unos harapos que le cubrían absolutamente todo: zapatos desgastados que mostraban algunos de sus dedos, un pantalón de mezclilla azul lleno de grasa negra y una chamarra de hombre con gorro que le cubría la cabeza. Solo estaba descubierto su rostro que percibí agachado. Yo me encontraba parado y al pasar frente a mí su mirada se enderezo y giro hacia mis ojos. Me quede frío pues era hermosa. Mirándome fijamente sonrió, yo me quede hecho piedra y solo atine a beber un trago grande a mi cerveza.

Desapareció un momento, al poco tiempo regreso con la cabeza descubierta y pude apreciar su pelo negro y esos ojos que nunca olvidare: verdes azulados como el agua de mar. Su cara blanca mostraba manchas propias de la vida en la calle, no despedía olor alguno y solo reaccione cuando me digo ¿me invitas un trago?

No podía separar la mirada de esos dulces ojos que dura y fijamente me observaban, me sonroje y la gente que me acompañaba lo noto. Ante la situación solo atine a pasarle mi cerveza sin pronunciar palabra alguna para que ella le diera un gran trago. Para mi sorpresa la gente que me rodeaba me recrimino tal acción: que por lo sucio, que por la imagen, y ese tipo de cuestiones moralistas. Sin embargo ya no los escuchaba y solo alcanzaba a percibir que varia gente me miraba sorprendido por la forma en que invitaba de mi cerveza, en la que compartía parte de mis labios, con aquella vagabunda.

Solo nos mirábamos y de ves en cuando sonreíamos, era como si ella con su sola mirada me mostrara la dureza de su vida. Mis acompañantes decían: ¡Vamos hombre votala que es una niña que se escapo de su casa solamente! ¡No te claves! Y cosas por el estilo. Yo contestaba que era de las personas más bellas que jamás hubiera visto, que me dejaran por lo menos observarla un poco más.

De repente escupió algunas palabras, algo de la calle, una grosería, y de momento me dio las gracias y me tendió la mano. Charlamos algunas cosas vagas y confusas. Ella me dijo su nombre el cual inmediatamente olvide y justo cuando estaba por decirle lo hermosa que me parecía apareció doña “guera” quien con una dureza de igual magnitud a la de “vagabunda” le dijo: Si no consumes largate, aquí no eres bienvenida. Yo solo atine a decir: esta conmigo, a lo que aquella señora me respondió: aquí no es putero.

Recuerdo que tuvieron que sacarla a empujones pues quería quedarse a beber más y por lo que nos dijeron entendí que ella ya no era bienvenida en ese lugar por los celos correspondientes a su belleza.

Inmediatamente les dije a mis compañeros que nos fuéramos.

Ya en dirección a el metro caminando por las calles sucias, llenas de comerciantes recogiendo sus puestos, e iluminadas por esa luz amarilla y tenue, yo la buscaba con mis ojos tristes. Volteaba a un lado y nada, volteaba a otro y solo observaba la hipocresía de los que me decían: ¿Cómo te atreves a hablarle a una persona así? Observaba la mediocridad con la que ellos veían la vida al cuestionarme: ¿Es bella una mujer vagabunda? Triste la seguía buscando, sin embargo cuando voltee al cielo y vi una estrella brillante supe que ella estaba ahí y que la luna llena que asomaba esa noche nos cubriría, con su luz, a ambos.

Fue la última vez que me enamore de la calle

Don Fer

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