Lo importante es que me considero un escritor; lo peligroso es que soy un soñador.
Don Fer.


Personalidades

Hoy se despertó con la sensación que ya conocía: escalofríos, ansiedad, sudoración extrema y latidos exasperados del corazón; su estómago parecía una hoguera cuyo humo recorría sus vías respiratorias para salir por sus resecos labios lastimándole la garganta.

Sabía que una nueva adicción había llegado a su vida y descifraba bien de lo que se trataba: jamás podría dejar de escribir.

Era harto raro, quizá para algunos ni adicción se considerara, a lo más un pasatiempo, pero para él esto se estaba convirtiendo en una necesidad comparable, solamente, con su deseo de vivir. El descubrimiento le causaba gran sufrimiento.

Él quería llevar una vida "normal y sana"; comprar un carro, tener novia, casa, una mascota y dinero... Ya lo había intentado pero sus otras adicciones no lo habían dejado fructificar: lectura, estudio, cigarrillos, alcohol, deambulares nocturnos, fiestas y sexo dominaban todos los aspectos de su vida.

Una novia tuvo y en un arranque desatado por las ideas de libertad que fluían en su cabeza la mató. Un carro compró y en un ataque de anti materialismo lo destrozó. Un perro consiguió y en cierto momento desestabilizador lleno de furia, refutando responsabilidades, lo regaló.

Se encontraba descorazonado, sus sueños ahora habían elevado su temperatura. Despertaba por las noches empapado en sudor y harto espantado, a veces no podía respirar. Las ideas acumuladas en su cabeza, que parecían milenarias, exigían ser liberadas, deseaban ser plasmadas pero él solo deseaba ser normal, no tener esos sueños ni esas necesidades; añoraba ser como tú, como otros tantos, como la mayoría.



Se levantó de su mojada cama y decidió regresar a la escuela – primer error –En su andar había encontrado a antiguas personas que, como la suya, tenían la mente insana llena de abstracciones indescifrables. En la Universidad había de todo pero él parecía tener un imán que atraía a los seres más complejos y locos que rondaban sus pasillos: paranoicos, esquizofrénicos, punketos, yonkis, músicos diversos, escritores, putas y uno que otro más con el espíritu distinto al de las mayorías.


A veces se comparaba a sí mismo con un insecticida pues cuando trataba de entablar algún tipo de relación con algunos seres "sanos y cuerdos" estos le huían. Veía a esa gran mayoría con sus proyectos de vida establecidos, con sus flamantes novias y sus bellos autos. Escuchaba sus conversaciones llenas de prejuicios contra todo lo que violaba sus buenas costumbres y su intachable moral. A veces le daban ganas de seguirlos, unírseles, de ofrecerles incluso su corazón con tal de que lo enseñaran a ser como ellos… a ser normal.

Siempre lo mandaban a volar, y él viajaba.

Eligio dejar su trabajo - segundo error- Él sabía que necesitaba dinero, mucho dinero, para poder tener lujos, comer en los mejores restaurantes, beber en exclusivos bares, comprar en los más caros almacenes de ropa, calzar a la última moda y usar las mejores aromas.



Después de su terrible descubrimiento había decidido ir a un concierto de música clásica en el palacio de bellas artes de su ciudad. Todo iba bien y se mantenía tranquilo hasta que un funcionario representante del gobierno de su país conmino unas palabras en honor al músico que dirigiria la orquesta - En su país gobernaba la derecha y su locura, eso lo sabía, era de izquierda- Empezó a silbar, abuchear y a exigir con gritos enfurecidos que aquel ser se callara y se fuera. Lo hubieran sacado de tan prestigiado lugar si no es porque todo el público lo secundo, se sabía un líder y por un momento el corazón se le hincho.

Se había dado cuenta de que la locura también se compartía y aunque aún no hubiese llevado a cabo su plan– retomado de uno más antiguo – de vaciar LSD en los sistemas de agua potable que llegaba a la mayoría de hogares de la ciudad imaginaba la reacción conjunta y la piel se le erizaba: la libertad sería vivida, quizás para muchos por primera ocasión, y se le uniría ese toque mágico que da la locura: entonces sí todos despertarían de su letargo.

Al terminar el concierto aprendió que su mundo no era el de las mayorías. Se miro a sí mismo, balbuceo algunas palabras y decidió cerrarle las puertas a la masa inútil, a aquella que ya no le servía. Decidió intentar ser el mismo.


Volvió a las andadas, repitió el rito, se dejo llevar dulzonamente y un poco cabizbajo por esa nueva necesidad: escribió, escribió y escribió. Casi milagrosamente se dio cuenta que revitalizaba su espíritu sin dejar de lado el sufrimiento que ahora asociaba con algo sagrado. A lo sublime solo se llega atraves del dolor, dilucidaba.

Algunos de los distintos seres que confluían en él: intelectual, espiritual y creativo se encontraban en paz, corrían libremente cual mozuelos en campos de trigo veraniegos, sin embargo había otras partes que no iban del todo bien: la física, moral, planeadora; la estructural y socialmente aceptable.

En su caso le deprimía saber que no viviría de lo que le gustaba hacer:
escribir, pero elucubraba que si llegara a hacerlo sería lo mismo: saturación y consiguiente búsqueda de otra adicción más fuerte para continuar en el mismo juego que había sido su vida.

Físicamente escribir le causaba estragos: no dormía ni trabajaba, sus muñecas le dolían constantemente, fumaba más de lo debido ,se inyectaba mucha más heroína que conseguía después de liarse a golpes en callejones oscuros en donde las apuestas corrían libremente. Sufría pero, en verdad, no podía vivir sin esto.

Cuando creaba la ensoñación y la abstracción lo dominaban todo el día: amanecía crudo, dejaba sus pertenencias - junto a su corazón - en esquinas peligrosas; se prostituía para conseguir algo que comer. No le importaba nada solo escribir… Sabía que estaba vivo gracias a las letras y eso le reconfortaba.


Dejar de lado su locura sería conducirse al suicidio. Soñaba… su rostro iluminado por una sonrisa; su casa llena de accesorios y su jardín repleto de flores y abejas empapándose por el agua de alguna llovizna; sus hijos jugando en el patio mientras él y su pareja se besaban cálidamente diciéndose te quiero. Su oficina se encontraría repleta de diplomas, usaría ropa de la mejor marca, su felpudo estaría arreglado a la última moda; se divertiría los fines de semana con sus amigos en alguna cantina para después llegar temprano a su casa acostarse y platicar con su mujer acerca de la dura semana laboral… soñaba y se veía tumbado en un sillón viendo películas comerciales de acción en su sistema de televisión por cable.

Quizás era mejor soñar con esta realidad alterna a imaginar que alguna vez había sido escritor. Para él los sueños eran tan reales como la vida misma y sabía que lo mejor o tal vez lo peor – eso no se sabe hasta que ocurre- es que a veces estos se hacen realidad.


No se quería aceptar como era, a veces lo intentaba pero no lo lograba, solo esperaba al destino y lo que este le dictara.

Sabía que se estaba acercando…


De repente despertó. ¿Otra vez?

Se encontraba en un cuarto, solo. Sin ventanas ni vida exterior la única ventilación era un pequeño hueco que a la vez servía para pasar un poco de comida. Desnudo, no sabía dónde estaba. Se miró las manos, los pies y se toco el rostro: no se reconocía. No sabía quién era, de donde venía ni siquiera si en realidad existía.

A lo lejos en un rincón observo un lápiz y varias hojas de papel, le costó trabajo saber de qué se trataba. Monótonamente y con una reacción debida más a la costumbre que a otra cosa se levantó, estiro sus rígidos miembros y se acercó a las herramientas presentes para hacer uso de ellas: escribió, escribió y escribió.

Y así siguió contando retazos de su vida, añoranzas y sueños. Y pronto fue adquiriendo la personalidad que en ese momento deseó: la tuya, la de miles, la del escritor…

¿El destino? Se acabaría en cuando las hojas se terminasen.

Don Fer
Mayo 2008