Disertaciones publicas sobre mis héroes anónimos o, quizás, no tanto.




A Joan Vollmer

Alego demencia cuando alguien me pregunta sobre mis héroes. No me gusta hablar del tema. En realidad no lo hago por respeto tierno y soslayado a quienes consideran héroes y hasta ejemplos a seguir a equipos de fútbol, artistas,escritores, etcétera. O por indulgencia burlona a los que se derriten mental y económicamente con seres producto de alguna especie de fantasía posmoderna, salvadores del mundo atraves de poderes supraterrenales vulgares: Superman, Batman, Flash, Rambo (léase el mundo como Estados Unidos).

Mis héroes no tienen fama o etiqueta comercial alguna pero igual salvan, recorren y ensalzan al mundo cotidianamente pareciendo que tuvieran súper poderes.

Admiro y desearía ser como el barrendero que por las noches fuma marihuana en una esquina cercana a mi casa para después realizar su labor purificadora y estética. O al vagabundo que siempre me encuentro en la lagunilla quien más que vivir sobrevive contando historias sobre sus batallas en el más allá contra seres malignos a los cuales derrota a diario: el miedo, la enfermedad, la infección, las madrizas de la policía y las violaciones de locos que lo penetran mientras duerme.

Admiro a mis amigas las prostitutas que realizan verdaderos milagros levantando y revitalizando almas al borde de la muerte dando placer mágico físico a quien pague y se deje guiar por sus terrenos en habitaciones de hoteles, lechosas y mal olientes. Admiro su fortaleza, entrega, vigor y por su puesto sus súper poderes; doy gracias y levanto un altar al camello que vende sustancias que purifican y expanden mi espíritu para elevarlo al más allá en donde el final me mira con sus ojos de sorpresa y divina clarividencia pidiéndome que acuda.

A Joan Vollmer la admiro no por que fuera esposa de William S. Burroughs – aunque debo confesar que la conocí gracias a esto – sino más bien por la forma en que vivió: alcohólica desde jovenzuela, adicta a las anfetaminas; mujer que rompió esquemas tradicionalistas de su época moviéndose de manera libre: siguiendo más sus instintos básicos y salvajes que una moral absurda y tapadera de las perversiones más inmorales.

Se casó y tuvo dos hijos con un escritor, homosexual consumado: Burroughs, con el que vivió un tiempo en la Ciudad de México (exactamente en la colonia Roma, en la calle de Orizaba)

Su lugar nunca fue terrenal, siempre estuvo sin estar. Pasaba más tiempo en galaxias lejanas combatiendo y departiendo - nadie sabe con que seres - transportada siempre por el alcohol y las pastillas que se metía. No fue escritora, ni pintora ni súper girl. No tuvo pretensiones aunque conoció, convivió y cogió con la parte gruesa del movimiento beatnik como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Lucien Carr entre otros.

Y es que admiro y ensalzo a la mujer que se deja llevar como fuente inspiradora, acompañante de las más exquisitas perversiones humanas, teniendo ella las suyas propias.

Simplemente la raza humana no existiría sin estas heroínas. A Joan, quien constantemente buscaba la muerte jugando con ella (nadie se mete anfetas y alcohol a diario sin saber el trágico final que le espera) la mató William Burroughs cuando en un intento de imitación del estilo Guillermo Tell puso un vaso sobre su cabeza y le disparo dando en el blanco: la sien de su esposa… El alcohol, las pastillas y la compañía del viejo William cumplieron su cometido.

Y es que el hecho en si fue detonante para que fructificaran ideas y creaciones insurrectas materializadas en libros que perduraran siempre en los corazones de quienes conocemos la obra de Burroughs.

¡Diablos y demonios! Deberíamos de santificar a quien osa dar su vida como fuente de inspiración para la creación más exquisita y compleja que los seres humanos pueden realizar: la escritura. ¡Bendita seas Joan!

Yo no intentaría matar a alguien, pero voy por el mundo robando corazones, esencias, olores, alientos, ruidos, caricias, miradas para ejercer la creación y reconfortarme espiritualmente.
Es por eso que hoy brindo por Joan; por mis amigos borrachos y drogadictos que a diario con sus miradas tentadoras y descubridoras, y demás superpoderes, me salvan del maligno manteniéndome en este mundo.

Brindo por las mujeres que me han rodeado enseñándome que la felicidad existe, aunque momentánea, para vencer a los miedos y a la ansiedad que causa la soledad; por esos viejos vagabundos que han compartido cobijas y alcohol conmigo para cuidarme del frió y calentar mi espíritu; por los boxeadores, luchadores, toreros que con su sangre calman en mí la necesidad de ver la mía propia derramada sobre aceras indecentes.

Por ti, héroe anónimo, esto es lo que te puedo ofrecer…

Don Fer.
Febrero 2008

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