Tu manos ya no son las mismas desde que mi rostro esta impregnado en ellas

Ilustración de Mae, a quien agradezco profundamente
A Cristian, a quien las letras hicieron enloquecer.


La botella transparente y el contenido en ella: un tequila color miel que va desapareciendo a la velocidad de los pequeños pitos de mariguana que me voy fumando, me trae remolinos emocionales de gratitud hacia aquellas personas que alguna vez compartieron espacio conmigo.

Recuerdo a Alfaro Guardados, un viejo ratero de vecindad que vivía en la colonia Vallejo al norte de la ciudad de México. El fue quien me enseño a periquear, a meterme coca por la nariz. Anteriormente me la fumaba y aunque la sensación es casi la misma el golpe en la nuca y en los ojos no se compara con nada en el mundo.

Igualmente guardo gratos instantes en mi memoria de el David Alfaro Sic de la banda, pintor amateur que murió como perro desangrado en un hospital psiquiátrico del estado de Morelos por pintar los muros blandos de su celda con su propia sangre, al negarle los vigilantes pinturas y un cuaderno por considerar su actividad poco lúdica y “peligrosa”.

Pero hoy te voy a contar acerca de mi amigo Cristian, aquel que provocaba suspiros de quienes tuvieron la fortuna de verlo en su andar por la caótica y contaminada ciudad o por pueblos jodidos- pobres pero bellos y llenos de luz - y por uno que otro hueco en el que se metía después de levantar tapas de coladeras en cualquier lugar.

Cuando lo conocí me enamore de su rostro duro pero de una fineza inenarrable, parecía un retrato del Marques de Sade. Su andar era tranquilo y movía las manos graciosamente cuando hablaba, era mimo sin saberlo pues recreaba escenas dantescas, sublimes, banales y complejas con los diez dedos y sus dos palmas.

Todas las chicas del Colegio lo seguían aún cuando él las ignoraba sin el más mínimo pudor: ¡qué me siguen golfas hijas de puta! Les gritaba cuando veía que un grupito de más de dos chicas cuchicheaba y reía tras su figura.

En mi primer acercamiento me sorprendió que su rostro no tuviera que ver con sus modales. Era en cierta forma grotesco al hablar, su vocabulario rayaba en la mediocridad y la palabra que mas se le oía decir era golfas. Tenía un sentido rencor hacia el sexo opuesto que me hacia pensar que era homosexual, cuestión refutable en más de una ocasión.

Empecé a salir con Cristian para conseguir mujeres. Al ver que él las rechazaba acudían a mí como consuelo y posible eje de acercamiento. Yo las usaba, les mentía y tras dos o más palabras de poeta clandestino algunas caían rendidas aún con cierta esperanza de obtener algo del “otro”.

Una mañana mientras yo fumaba mariguana Cristian me pregunto que se sentía. Lo mire fijamente y como no pude explicar con palabras ni con mímica, como él seguramente se hubiera expresado,le respondí que sería mejor que lo experimentara. Desde esa ocasión Cris, como cariñosamente muchos le decían, jamás dejo de consumir la hierba que habría de llegar a considerar sagrada.

Hasta antes de ese momento él ni siquiera fumaba cigarro, no tomaba y lo más que hacia era dilucidar y viajar a través de los huecos que se hacían entre sus dedos, cuando durante minutos se tapaba el rostro con ellos moviéndose enfrente de sus ojos rápidamente.

Estudiaba pero en su lenguaje no se vislumbra viso alguno de ello, esto me molestaba pues pensaba que una cara debía de ir acorde a una actitud y la suya era más bien vulgar. Aparte en ese entonces yo me consideraba un Don Juan, un Cortázar, un Maquiavelo. Mis lecturas y análisis me daban cierto aire de notoriedad entre los muchachitos de no más de dieciocho años con los que me juntaba.

Por ende empecé a prestarle libros los cuales devoraba rápidamente. En una ocasión me devolvió Ensayo para la Ceguera dos días después de que se lo había entregado.

- ¡Uf! Hermano, no he dormido pero ahora entiendo mejor la complejidad de la raza humana, -me dijo.

Su lenguaje empezaba a mejorar; su aspecto denotaba descuido y cansancio y su adicción por la mariguana crecía. Una cosa por otra dilucidaba yo argumentando que no había nada como la expresión a través de la oralidad y las letras y que obtener las llaves de la sabiduría para comprender y utilizar estas vías valía todo riesgo.

Una noche durante las vacaciones Cris llegó a mi casa sudando y desconcertado. Había investigado mi dirección y después de vueltas casi interminables había dado conmigo.

-Uf, hermano me tienes que prestar un libro por el amor de dios –me dijo-
-Pero si para eso hay bibliotecas cabrón, que no las conoces –le contesté –

Desconcertado Cris realizó una analogía en la cual visualizaba mi ser como un complejo Aleph: como un universo de conocimiento, sin el cual él no podría vivir. Casi eres el libro de Borges me gritaba emocionado. Entendí que Cristian estaba obsesionado oníricamente por la literatura y mi rostro él cual me pidió le dejara tocar con sus manos que sentí frías y ágiles en mis pómulos, boca, nariz y frente.

Un día soleado, en uno de nuestros tantos paseos por el Colegio, me confesó que me veía en sueños, representando siempre a varios personajes de libros:

- Te he visualizado como el Quijote, como Justina, Chinasky, Pedro Páramo, Chin Chin el teporocho, Sal Paradise, Dean Moriarty, Bull Lee, La dama de las Camelias y hasta el Cuervo; y aunque se que no hay retratos para todos siempre veo tu rostro acoplado a cada personaje armoniosamente – me dijo frenético.

Estaba sorprendido, yo nunca había llevado mis alucines y dilucidaciones al extremo. Veía a mis personajes literarios favoritos como entes puramente metafísicos, nunca los materializaba. Estaba desconcertado y Cris más ojeroso y con ansias locas de fumar mariguana.

Cuando no fumo no leo me confesó: Es un tren al entendimiento, una cosa lleva a la otra, si fumó entiendo y comprendo, si no solo miro letras sin sentido para mi espíritu, me decía harto convincente con sus ojos negros profundamente clavados en los míos. Estaba enloqueciendo, lo envidaba y lo odiaba guardadamente por eso.

Si antes no le hacia caso a ninguna chica ahora menos. Se había ensombrecido y paradójicamente a quien perseguían era a mí aunque yo ya había perdido interés por cualquier cosa que no fuera la actitud de Cris hacia la vida. Estábamos complementados por la literatura.


Una tarde lluviosa llego empapado y llorando a mí casa. Gritaba que veía mi rostro en sus manos. Por entre sus dedos, en sus palmas, uñas, y aún muñecas mi cara lo seguía, no quería volver a verlas pues estaba temeroso de que yo lo matara utilizando sus propias extremidades. Llevaba guantes.

Cristian estaba loco y pronto su familia se dio cuenta. Empezó a alucinar y a verme en el agua que tomaba, por ende la dejo de consumir. Fumaba más mariguana y en una ocasión le aventó un vaso de vidrio a su madre por que la confundió conmigo.

Lo recluyeron en una granja de la cual a los seis meses salió directamente a buscarme, suplicándome por un libro el cual no le preste: devuélveme los anteriores le argumentaba, cosa que jamás hizo.

De regreso a su aparente cotidianidad un día Cristian se aventó a las vías del metro. La palomilla se asusto, las mujeres gritaron y una palanca jalada oportunamente por un individuo salvó la vida de nuestro compañero.

Jamás lo volvimos a ver y jamás recupere más de un centenar de libros que había compartido con él. Mi tranquilidad desapareció también junto a las hojas impresas de letras encuadernadas.

Poco tiempo después cuando fui a visitarlo al hospital me informaron que Cristian se había cortado las manos con un vidrio filoso que consiguió nadie sabe en donde argumentando que ya no quería ver un rostro que lo atormentaba cada que pasaba sus dedos rápidamente por enfrente de sus ojos. No se las pudieron salvar, se gangrenaron, y sus muñecas serian para siempre puro muñon.

Yo lo se lector: tengo mi pase al infierno.

Don Fer
Noviembre del 2007

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